Falta de apetito y emociones.
¿Quién de nosotros no ha dicho o escuchado alguna vez?: “Siéntate y termina, no te levantes hasta que te lo acabes”, “si no comes no hay postre.” Y la inolvidable: “¿Cómo puedes dejar comida, cuando hay niños que no tienen nada, niños que se mueren de hambre?”
Muchas veces tenemos que pelear con los pequeños porque no comen bien o no se acaban lo que se les sirve. Y más aún cuando no atienden las sugerencias, reglas o imposiciones de sus mayores, entonces los adultos suelen caer en desesperación, empieza la batalla y muchas veces la manipulación con todo tipo de recursos.
Muchas veces tenemos que pelear con los pequeños porque no comen bien o no se acaban lo que se les sirve. Y más aún cuando no atienden las sugerencias, reglas o imposiciones de sus mayores, entonces los adultos suelen caer en desesperación, empieza la batalla y muchas veces la manipulación con todo tipo de recursos.
Esta reacción es hasta cierto punto “justificada” por parte de los mayores, quienes preocupados desean hacer todo lo posible por que los más jóvenes se nutran, sin escatimar medios para que así suceda. Los mayores comemos lo que tenemos ganas, si un día no nos apetece comer no pasa nada: no comemos o comemos menos. Pero a los críos no les damos opción, siempre han de estar dispuesto a comer, “están en edad de crecer”, además no la cantidad que ellos quieran/necesiten sino lo que quieren sus papas, lo dice el sistema.
Muchos bebés tras tomar un pecho, se quedan dormiditos y relajados, satisfechos. Entonces aparecen los mayores, para decirles: ¡despierta! ¡Que te queda el otro! O todo lo contrario; el bebé quiere más, si llora por hambre, se dice: ¡es que aún no le toca! ¡Es muy pequeño para comer tanto! Antes había dos vertientes para dar de mamar: la escuela francesa y la alemana, cada 4 y 6 horas respectivamente. Afortunadamente esto va cambiando, pues ahora casi todos lo pediatras recomiendan dar el pecho según requerimientos.
Podemos aplicar esta educación alimenticia que recibimos ya desde la cuna, al resto de nuestra vida. Si en vez de cuatro o cinco comidas/día se hubiese impuesto comer 10 veces al día, seguro que obligaríamos a nuestros hijos a acatar la norma. Si no se cumple con lo establecido, ante todo nos PRE-ocupamos porque algo ha de estar pasándole a mi hijo/a, ¿Por qué no come? ¿Qué puedo hacer?
Además de cualquier deficiencia orgánica, hay algo muy importante a tener en cuenta y que podemos considerar cuando los niños no quieren comer, cuando les falta el apetito: su mundo emocional.
La falta de apetito puede revelar cosas interesantes acerca del mundo interior de los jóvenes o pequeños. Un jovencito puede dejar de sentir apetito cuando:
• Se siente estresado
• Por rebeldía a sus mayores
• Por depresión
• Por llamar la atención de alguna forma.
• Por alguna enfermedad.
• Por miedo o ansiedad
La falta de apetito podría ser una pista importante para comunicarnos con ellos de una forma más profunda, una oportunidad para conocerlos más. Pero darle prioridad al alimento antes de dársela a lo que siente, es anular la oportunidad de ayudarles a entender y resolver algo que les represente un conflicto y que podría tener fácil solución.
• Temor o ansiedad: una de las causas emocionales de la falta de apetito es el temor, sentirse amenazado o afectado bajo una circunstancia que parece esta fuera de nuestras manos.
• Depresión: cuando se ha sufrido una desilusión o hay tristeza por que las cosas no salen como se pretende, muy frecuente en los jóvenes.
• Inconformidad con la autoridad: al no poder arreglar las cosas de alguna forma, se empieza a caer en comportamientos que de alguna forma llaman la atención de los adultos.
• Rechazo a la imagen de uno mismo: estar obesos o tener un cuerpo que les desagrada puede ser motivo de la falta de apetito.
• Sentirse no queridos: sentirse queridos y aceptados es lo que más ansían los jóvenes y pequeños. Cuando ellos perciben que no reciben este nutrimento emocional tan importante, podrían caer ya sea en un excesivo apetito o en una falta de él.
Escuchar para nutrir el corazón
Los padres no necesariamente tienen que ser psicólogos profesionales para entender las demandas, problemas y conflictos de los niños y jóvenes. Pero si pueden hacer mucho, incluso más que una terapia profesional, si simplemente tienen la intención, una mente flexible y una buena capacidad para escuchar al jovencito. Y, aunque sea difícil de creer, esto resulta más fácil de llevar a cabo conforme los pequeños crecen y se vuelven adolescentes.
Un bebé puede absorber el mundo emocional que le rodea y sentirse irritable, fastidiado o ponerse nervioso y llorón. Pero difícilmente se le quitará el hambre por esto. Es innecesario buscar formas para que un bebé coma, porque lo hará cuando sienta hambre. En todo caso, si el bebé no tiene hambre o no se muestra apetitoso, habría quizás que considerar la idea de darle algún masaje o estimulación física para estimular su apetito, liberar su estrés y hacer funcionar sus intestinos correctamente.
Sin embargo, en el caso de un joven, hay un remedio muy eficaz para combatir la falta de apetito a causa de algún factor emocional, y este remedio se llama escuchar
Si nos volvemos sensibles y aprendemos a escuchar con atención y cariño, sin involucrar nuestro juicio u opinión, podremos ayudar enormemente a que los jóvenes exploren y comprendan mejor lo que sienten. Saber escuchar sin intentar educar o decir “si está mal o bien” algo, es una de las formas más sencillas, sabias y poderosas de ayudar a que ellos reflexionen en lo que sienten, y puedan madurar y nutrirse emocionalmente. Prestar oreja les ayuda a los jóvenes a liberar muchas tensiones emocionales, y es una muestra de afecto invaluable. Y la comida puede ser un momento extraordinario para escucharlos, pues muchas veces este momento es el único que se tiene para compartir en familia una plática nutritiva.
Escuchar es algo que deberíamos de hacer aunque los niños sean pequeños y consideremos lo que dicen como algo tonto. Escuchar es otra forma de nutrir el corazón, de ayudarle a asimilar lo que le hace sentirse intranquilo y de retroalimentarse a partir de sus propias reflexiones y acciones. Esto, aunque no lo parezca, influye en el modo de comer y en el apetito de los jóvenes. Sentirse en paz y escuchado es el mejor aperitivo de todos. No sólo despertará el hambre, sino los hará comer con gusto, asimilando perfectamente el alimento.
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